Trashumancia
Las cañadas, caminos de biodiversidad
por Jesús GARZÓN
La trashumancia tradicional, con miles de rebaños recorriendo las cañadas para pastar en los valles abrigados durante el invierno, y en las cumbres montañosas durante el verano, no es un actividad anacrónica que haya quedado obsoleta por los avances modernos. Representa actualmente una alternativa fundamental para lograr el desarrollo sostenible de extensísimas zonas rurales de nuestro país, amenazadas por el envejecimiento poblacional, la desertización y el abandono. La trashumancia constituye una adaptación inmejorable de la ganadería extensiva a las cambiantes condiciones climáticas de nuestro territorio, pues permite aprovechar en cada época del año recursos naturales complementarios alejados frecuentemente por cientos de kilómetros. Estas distancias las recorren los pastores, andando tranquilamente con sus ganados, en jornadas de unos 20 km. diarios subiendo hacia la montaña con la primavera, en mayo y junio, para regresar hacia los valles con el otoño, en octubre o noviembre. Durante estos recorridos, los rebaños pacen por las cañadas, franjas de pastizal con más de 75 metros de anchura y ciento de kilómetros de longitud, que comunican entre sí la mayoría de nuestras comarcas.
Caminos a la eterna primavera
La característica común de los principales itinerarios es buscar la eterna primavera, uniendo regiones con temperaturas medias del mes más frio (enero) superiores a 6º, con aquellas otras donde las medias del mes más caluroso (julio) no superan los 17º. Esto implica que la hierba puede crecer durante todo el invierno y no se seca durante el verano, proporcionando al ganado pastos y agua abundante durante todo el año. Las diferencias climáticas entre nuestros valles y montañas suelen ser de cuatro a seis semanas. Es el tiempo que tarda en deshacerse la nieve y en florecer la vegetación de las cumbres tras haberse secado, en el sur, los campos y las fuentes a principio o mediado de mayo. Otro tanto ocurre en otoño, pues las primeras nevadas en las montañas coinciden con lluvias en las dehesas, que no dispondrán de pastos hasta cinco o seis semanas más tarde. Por tanto, estos dos periodos de primavera y otoño son fundamentales para la regeneración de la hierba y del arbolado, siendo aprovechados por la trashumancia tradicional para su desplazamiento por las cañadas.
Ignorar estos condicionantes ambientales, como ha ocurrido durante el pasado siglo, provoca la destrucción de los pastizales y del arbolado, la erosión del suelo, la contaminación y la falta de retención de las aguas, la propagación de incendios forestales devastadores y la pérdida irreversible de puesto de trabajo cualificado y de posibilidades de desarrollo en amplísimas regiones de nuestro país, junto con la extinción de razas autóctonas y la degradación de la excepcional biodiversidad de los ecosistemas españoles. La biodiversidad de nuestro país es excepcional en este sentido, con más de 80.000 taxones, el 30% de ellos endémicos con muchas especies exclusivas, o que conservan en España algunas de sus poblaciones más importantes a nivel mundial. Frente a la agobiante monotonía de la vegetación centroeuropea, en España tenemos unas 10.000 especies, con más de 1.500 endemismos y una extraordinaria diversidad en nuestros pastizales, que pueden superar las cuarenta especies distintas por cada metro cuadrado de terreno. Nuestros ecosistemas albergan también numerosas especies de fauna amenazada, como el oso, el lobo, el lince, la avutarda, el quebrantahuesos o el águila imperial, y sirven de refugio de invernada, desde octubre a marzo, para unos 500 millones de aves europeas, así como zonas de paso y alimentación para otros 1.000 millones de aves migratorias, que atraviesan la península cada otoño y cada primavera entre Europa y África.
La supervivencia de esta excepcional riqueza natural en el reducido espacio geográfico en nuestra península ha requerido, a lo largo del tiempo, de procesos dinámicos que seleccionasen y distribuyesen las diferentes especies. Y el principal factor que, junto con el clima, ha modelado nuestros ecosistemas y nuestras vegetación, durante los últimos millones de años, ha sido la acción intensa y continuada de las grandes manadas de herbívoros. Ramoneando los árboles y arbustos, paciendo los pastos, seleccionando y propagando la vegetación, hollando la tierra hasta incorporar al suelo materia orgánica, las semillas y el estiércol, millones de herbívoros han contribuido a crear día tras día, siglo tras siglo, paisajes semejantes a los que conocemos actualmente.
Los movimientos estacionales de las grandes manadas de herbívoros se han mantenido interrumpidamente en España hasta el presente, gracias a la trashumancia tradicional de los rebaños de ovejas, cabras, vacas y yeguas. La elevada biodiversidad española depende en gran medida de estas actividades tradicionales, por lo que su conservación es imprescindible, implicando a la población local en las políticas de desarrollo rural, de ello se debe también la gran riqueza que conserva nuestro país en plantas cultivadas y razas de ganado, reconociéndose oficialmente la existencia de al menos 750 variedades de cultivos y de 175 razas ganaderas autóctonas. Muchas de estas razas y variedades fueron exportadas al resto del planeta a partir del siglo XVI, donde aún tienen incalculable importancia genética, ecológica y social.
La España peninsular constituye la mayor superficie continua de clima mediterráneo en el mundo, con veranos secos y calurosos y con inviernos lluviosos de temperaturas suaves. Condiciones extremas de calores y fríos, lluvias y sequias, se alternan con frecuencia en nuestro territorio, por lo que la vegetación y la fauna han desarrollado una gran capacidad natural para sobrevivir a las diferentes condiciones climáticas. Sin embargo, para ello es imprescindible garantizar la conectividad de los ecosistemas, permitiendo la suficiente movilidad a las especies para que puedan adaptarse adecuadamente. La perdida de hábitat y su fragmentación son actualmente las principales amenazas que afectan a nuestra diversidad biológica, siendo necesario facilitar el intercambio genético entre las poblaciones para evitar el aislamiento y su extinción. Es fundamental para ello el mantenimiento de actividades tradicionales, como la trashumancia por las vías pecuarias, que comunican entre sí a través de amplios corredores ecológicos de pastizales todas las comarcas de nuestro país.
Las consecuencias ecológicas de la desaparición de la trashumancia tradicional son ya muy negativas. Desde hace un siglo, cuando comenzó a generalizarse el transporte de los rebaños en ferrocarril, apenas han nacido nuevos árboles en el sur de la Península, y el sobrepastoreo del ganado estante sobre el terreno está provocando procesos erosivos muy graves, con pérdidas del suelo fértil, de los productivos pastizales y de la diversidad biológica. En las montañas, la ausencia de rebaños trashumantes durante el verano propicia que los pastos sean invadidos por helechos y matorrales causa luego de incendios forestales incontrolables. Los pueblos van quedando deshabitados, al desaparecer progresivamente sus más valiosos recursos naturales y culturales. En las dehesas, el esplendido arbolado de encinas y alcornoque que aún admiramos, y que se extiende por más de tres millones de hectáreas del suroeste peninsular, tiene en su mayor parte más de cien años de edad, y está condenado por tanto a desaparecer en breve, por haber sido destruido sus renuevos por el ganado estante. Toda la naturaleza de nuestra Península se ha adaptado durante millones de años al flujo y reflujos estacionales de las grandes manadas de herbívoros, y la desaparición de la trashumancia está provocando, ahora, una degradación irremisible de los ecosistemas por lo que es imprescindible recuperar esta práctica urgentemente, sobre todo en las condiciones actuales de acelerado cambio climático.
La trashumancia en el tiempo
La ganadería ya estaba difundida hace 7.000 años por la mayor parte de la Peninsular Ibérica, con adaptaciones muy singulares en los valles del suroeste, como la selección de las encinas con frutos dulces para alimentación humana y de las piaras de cerdo ibérico, tan características aún de muchas comarcas de Salamanca, Extremadura, Andalucía y Portugal. También han perdurado hasta nuestros días los restos monumentales de sus sepulcros colectivos, dólmenes, y sus menhires señalan aun las fuentes y pastizales de las montañas donde pastoreaban sus rebaños durante el verano, trasmitiendo la cultura neolítica a los pueblos del norte.
Hace 3.000 años, los mercaderes fenicios utilizaron estos caminos ganaderos, desde la bahía de Cádiz hasta los montes galaicos, en búsqueda del estaño y otros metales preciosos. Durante los siglos siguientes, la mayor parte del bronce utilizado por los pueblos mediterráneos fue de origen ibérico mientras en sus primitivas chozas de retamas, nuestros pastores se adornaban con sofisticadas joyas orientales, como las del tesoro hallado en Aliseda, en plena sierra de San Pedro. En todo el mundo antiguo la riqueza ganadera de nuestra Península fue difundida por la mitología griega, pues una de las misiones de su gran héroe, Heracles o Hércules, consistió en robar bueyes y las ovejas del reino de Tartesos, en la desembocadura del Guadalquivir. Los yacimientos de aquellas épocas del Bronce y del Hierro confirman una relación estrecha entre los pueblos de entonces con las vías pecuarias actuales, orladas con esculturas graníticas como los famosos Toros de Guisando.
Los cartagineses encontraron en nuestros pastores a sus mejores aliados para la guerra contra Roma, y Aníbal les arengaba con promesas de grandes riquezas, “si abandonaban su vida errante detrás de los ganados”. Muchas de las cañadas del levante español son conocidas aún como Caminos de Aníbal, por lo que avanzaron sus elefantes. La resistencia lusitana contra las legiones romanas, durante más de siglo y medio, ha sido interpretada como el último intento desesperado de los pastores hispanos por evitar la pérdida de sus libertades y de sus territorios, ante la ocupación y las parcelaciones agrícolas del invasor. Consumada la conquista, sobre los principales caminos ganaderos se construyeron calzadas para facilitar el rápido desplazamiento de las legiones, dotándolas de hermosos puentes y mansiones, pero los pastores trashumantes siguieron alzando sus chozas de piedra y ramaje junto a las lujosas villas romanas. Los visigodos fueron los primeros en reconocer en sus leyes, el año 654, la importancia de la trashumancia, estableciendo por los nuevos caminos debían dejar a cada lado la mitad de su anchura para facilitar el tránsito de ganadero, y permitiendo pastar a los rebaños durante dos días en las tierras abiertas.
Durante la ocupación árabe, bulas obispales autorizaron a los pastores cristianos a invernar con sus rebaños en reinos de moros. La industria de curtido de Córdoba, donde se elaboraban sus famosos cordobanes, se abastecía de los cueros trashumantes. Desde el principio del siglo IX, tras el descubrimiento del sepulcro del apóstol Santiago, multitudes mozárabes se dirigieron a Compostela en peregrinaciones bien toleradas por los musulmanes, muy respetuoso con otras creencias religiosas. Para ello utilizaron sobre todo la cañada de la Plata, como narraron los cronistas árabes, y esta fama internacional atrajo años más tarde a los peregrinos europeos del norte por llamado Camino Francés. Pero las posteriores invasiones almorávides y almohades llenaron nuestras cañadas de veloces dromedarios, cabalgados por aquellos guerreros fundamentalistas recordados con pavor en los versos del romance:
Traían en sus camellos sus hornos y molinos venían los moros todos de Oriente vecinos, de todos eran cubierto los caminos
Los pastores trashumantes en reinos moros, perfectos conocedores del terreno que pastoreaban con sus rebaños, brindaron a los ejércitos cristianos victorias decisivas, como la de las Navas de Tolosa, gracias a las cuales se recuperaron los pastos de invierno, a extremos del Duero, de la Extremadura y las Alcudias. Tras consolidarse la reconquista de los fértiles valles del Ebro, del Guadiana y del Guadalquivir, en Aragón estableció Jaime I en 1235 el “fuero de Pastura Universal”, y en Castilla Alfonso X creó en 1273 el llamado Consejo de la Mesta. No entraré en más detalles sobre la posterior organización de las cuadrillas de pastores trashumantes, sus afanes y problemas, pues este tema ha sido tratado magistralmente por mi admirado amigo Manuel Rodríguez Pascual, en su magnífica conferencia, celebrada el 7 de octubre de 2004 en este mismo Seminario. Tratare de explicar ahora la labor que venimos realizando desde hace veinte años para apoyar a los pastores y recuperar la trashumancia tradicional y las cañadas.
Un proyecto fundado en la Diversidad Biológica
El punto de partida de nuestro trabajo fue la histórica asamblea de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, celebrada en Rio de Janeiro en junio de 1992. Allí fue aprobado el Convenio sobre la Diversidad Biológica, comprometiéndose todos los países miembros a “respetar, preservar y mantener los conocimientos, las innovaciones y las practicas de las comunidades indignas y locales que entrañen estilos tradicionales de vida pertinentes para la conservación y utilización sostenible de la diversidad biológica” (Art,8-j). Este compromiso al máximo nivel obliga también a nuestro país a conservar los antiguos conocimientos y prácticas de los pastores trashumantes, evitando su inminente desaparición. Por ello, aquel mismo verano de 1992 fundamos la asociación Consejo de Mesta, en recuerdo de las antiguas hermandades pastoriles, para intentar recuperar su impresionante legado cultural, razas autóctonas, vías pecuarias, dehesas y pastos de montaña.
Para inicia nuestro trabajo fue fundamental disponer del magnífico libro Cañadas, Cordeles y Veredas, editado en 1991 por la Junta de Castilla y León y coordinado por Pedro García Martin, con participación de los más destacados especialistas en la materia. Por primera vez, en la milenaria historia de la trashumancia, un solo volumen recopilaba la descripción detallada de las principales cañadas de la Mesta, con fotografías actuales a todo color y planos de sus trazados. Aquel libro constituyo un aldabonazo para la conservación de este patrimonio excepcional, continuando luego por otras iniciativas de la Fundación para la Ecología y la Protección del Medio Ambiente, de la revista Quercus, y del propio instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza, con su admirable serie de 25 Cuadernos de la Trashumancia. Hasta entonces, en palabra del propio García Martin: “….parece como si todo el mundo se empeñase en enterrar la trashumancia española en la fase recurrente de la leyenda”.
Tras un reconocimiento inicial de de las vías pecuarias que pretendíamos recorrer, nuestra labor ha consistido fundamentalmente en arrendar los pastos de montaña de mayor interés ecológico y apoyar a los ganaderos que quieran recuperar la trashumancia andando por las cañadas. En 1993 pudimos realizar ya el primer recorrido por vías pecuarias abandonadas de hacía más de medio siglo, gracias a la colaboración del ganadero D. Cesare Rey con su rebaño de de 2.600 ovejas merinas. Partimos en junio desde Alcántara para llegar a cuatro semanas más tarde a las montañas de Porto de Sanabria. En octubre regresamos hasta Valverde de Mérida, tras haber recorrido un total de más de 1.000 km., por la cañadas Burgalesa, de la Plata y otros cordeles y veredas, ante la emoción de los viejos pastores y la incredulidad de los técnicos especialista, que habían considerado imposible realizar actualmente la trashumancia con grandes rebaños, atravesando ciudades como Zamora, Salamanca y Trujillo, carreteras, vías férreas, cultivos intensivos y concentraciones parcelarias. A su regreso el ganadero y los pastores fueron recibidos con todos los honres por el presidente de la Asamblea de Extremadura y por el director del Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza, que se comprometió a presentar al Gobierno, en el plazo más breve posible, un proyecto de ley para proteger y restaurar las vías pecuarias para fines ganaderos y ecológicos.
Al año siguiente recorrimos en primavera las cañadas Leonesa, Occidental y Oriental, desde Valverde de Mérida hasta Portilla de la Reina, en los Picos de Europa, regresando en otoño por la cañada segoviana para atravesar el centro de Madrid con el rebaño, reivindicando la promulgación de la Ley de Vías Pecuarias, que por fin se debatía entonces en las Cortes. Fue aprobada finalmente el 23 de marzo de 1995, declarando patrimonio público, inalienable, inembargable e imprescriptible, nuestra red nacional de caminos ganaderos, con más de 124.000 hectáreas de superficie, que habían estado sometidas durante más de medio siglo a la usurpación y al abandono. Se reconocía así legalmente la importancia de las cañadas, cordeles y veredas para la ganadería extensiva, el aprovechamiento sostenible de los recursos pastables, la presentación de las razas autóctonas y como corredores ecológicos, esenciales para la migración, la distribución geográfica y el intercambio genético de las especies silvestres, y también para facilitar también el contacto de las personas con la naturaleza y la ordenación del entorno ambiental.
Con la promulgación de esta ley culminó unas de las metas principales de nuestro proyecto: conseguir la protección legal de las vías pecuarias para evitar su preocupante deterioro y desaparición. Pero alcanzado este objetivo era imprescindible continuar fomentado la trashumancia por las principales cañadas, para garantizar su uso y conservación mediante el paso periódico de los ganados, divulgando la insustituible labor de los pastores para conservar los ecosistemas, evitar el despoblamiento rural y mantener una producción ganadera de alta calidad. Desde entonces hemos dirigido y apoyado la trashumancia de ovejas, pero también cabras, vacas y caballos, de unas cien familias ganaderas, recorriendo más de 30.000 km. de vías pecuarias por tres ejes fundamentales desde Extremadura a las montañas Cantábricas y las sierras de Burgos y La Rioja, y desde Andalucía y el Valle de Alcudia a las serranías de Cuenca, Guadalajara y Teruel, atravesando capitales como Mérida, Cáceres, Salamanca, Zamora, Valladolid, Palencia, Ávila, Segovia y Madrid.
Otro hito fundamental de este proyecto fue la comprobación científica de la transcendental importancia de la trashumancia para la conservación de la biodiversidad y para garantizar la conectividad entre los ecosistemas. En 2004, investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid, Juan Malo y Pablo Manzano acompañaron durante toda la trashumancia de primavera de nuestros rebaños, desde la dehesa de Monfragüe, en Cáceres, hasta las cumbres de la Cordillera Cantábrica, en las montañas de Palencia, analizando minuciosamente cada día el traslado de semillas y fertilidad del ganado. Pudieron demostrar así, por primera vez a nivel mundial, la inmensa importancia ecológica que representan los desplazamientos trashumantes andando por las cañadas: comprobaron que cada oveja come con el pasto diariamente unas 4.000 semillas, tardando en digerirlas entre 2 y 5 días por término medio. Rumiadas en su estomago, abonadas con su estiércol y enterradas por sus pezuñas, más del 30% germinarán luego, entre 40 o 100 km de distancia del paraje donde fueron consumidas, trasladadas y dispersadas por los diferentes terrenos que transitan. Las vacadas trashumantes, aunque aprovechan los pastos y matorrales de forma más selectiva, tienen efectos ecológicos parecidos, pues comen y dispersan unas 40.000 semillas y abonan el terreno con 30 kg de estiércol diariamente.
Por tanto durante una trashumancia tradicional de un mes de duración, recorriendo por las cañadas unos 600 km de valles y paramos, laderas y montañas, la resiembra del pastizal que realizan cada rebaño de mil ovejas, o cada manada de cien vacas, asciende a más de 120 millones de semillas, fertilizando además el terreno con unas 100 toneladas de abono. Puede comprenderse así la inmensa trascendencia ecológica que durante tantos siglos ha tenido la trashumancia para nuestro país, cuando hasta finales del siglo XVIII, cinco millones de ovejas transitaban dos veces al año por las cañadas atravesando de norte a sur y de este a oeste toda la península. Este estudio confirmó definitivamente la importancia fundamental de recuperar los desplazamientos ganaderos por las vías pecuarias para potenciar su funcionalidad como corredores ecológicos, al favorecer el desplazamiento de plantas y animales a muy larga distancia por todo el territorio, permitiendo los intercambios genéticos y la adaptación al cambio climático.
Presente y futuro de la trashumancia
La recuperación de la trashumancia tradicional ha permitido demostrar la gran capacidad de regeneración del arbolado y de los pastos de las dehesas, que se desarrollan extraordinariamente tras la ausencia durante seis meses del ganado, desde mediado de mayo hasta mediados de noviembre. En las montañas, la recuperación de los pastizales abandonados durante tantos años también fue espectacular tras el pastoreo y el majadeo con las merinas durante el verano, revalorizándose los arriendos de los pastos comunales de los pueblos y aumentando de año en año la diversidad en plantas e invertebrados como caracoles y arañas, de escarabajos, saltamontes, mariposas, cernícalos, águilas culebreras, codornices, perdices pardillas, liebres, corzo y rebeco. Mas de cien mil buitres de cuatro especies distintas, una de las mayores densidades conocida, dependen en España de la ganadería extensiva, y el gran buitre negro, desconocido en la Cordillera Cantábrica antes de nuestras primeras trashumancias, ha comenzado a ser habitual durante el verano sobrevolando las cumbres, tras haber seguido desde Extremadura a los rebaños que recorren las cañadas.
Nuestro proyecto trashumante ha logrado recuperar también la memoria colectiva del paso de los rebaños, con sus perros, caballerías y pastores por las cañadas. En el ámbito internacional se ha dado a conocer la importancia ecológica y cultural de la trashumancia española, difundida mundialmente en prensa y televisión con motivo sobre todo del paso anual de nuestros rebaños con sus pastores por el centro de la capital de España, actividad que repetimos interrumpidamente cada año desde 1994. Esto ha devuelto la confianza en sus derechos y el orgullo profesional a muchos pastores aislados en los campos y montañas, por lo que en toda España está resurgiendo un movimiento ganadero que reivindica su derecho a trashumar y a utilizar las vías pecuarias. La Nueva Mesta de Albarracín, el Ligallo General de Amposta, los Pastores de la Sierra del Segura y otras hermandades de ganaderos del Pirineo catalán, aragonés y navarro, de las montañas de Castilla y León, de la Mancha y de Extremadura están recuperando la tradicional trashumancia andando por las cañadas sobre todo desde que el constante incremento en el precio de los piensos importados y los combustibles hace cada vez mas ruinosa la ganadería intensiva, rentabilizando los desplazamientos realizados por las cañadas.
España será una de las regiones más afectadas por el cambio climático, y la mayor parte de la península sufrirá procesos internos de aridez, con más de 30% de nuestro territorio sometido ya a una erosión grave de los suelos. En este contexto de cambio climático, acelerado por las crecientes emisiones a la atmosfera de gases de efectos invernadero, la trashumancia española cobra especial importancia como practica ganadera no contaminante, que no consume piensos importados ni combustibles fósiles, conserva y mejora los suelos y los recursos hídricos, favorece la biodiversidad biológica y contribuye a generar empleo cualificado en el medio rural. Los pastizales ganaderos constituyen el mejor sumidero de carbono, capaz de de almacenar 150 toneladas por hectárea. Más de la mitad de nuestro territorio peninsular puede y debe ser aprovechada rentablemente y de forma sostenible mediante la ganadería extensiva, basad exclusivamente en los recursos naturales. Recuperar los cinco millones de cabezas trashumantes que atravesaban España dos veces cada año por las cañadas hasta finales del siglo XVIII, supondría generar 30.000 puestos de trabajo cualificado, fundamentalmente entre la juventud rural, disfrutando de tiempo libre de vacaciones y fines de semana al formar equipos de cinco o seis personas por cada rebaño, privilegio del que no dispone ningún otro ganadero del mundo industrializado.
Durante el siglo actual, la Humanidad debe enfrentarse a tres grandes retos fundamentales: garantizar la alimentación de una población en constante crecimiento, que alcanzará los 9.000 millones de personas durante las próximas décadas, conservando la biodiversidad y mitigando las consecuencias de un cambio climático irreversible. La preocupante realidad actual es que sigue aumentando el número de hambrientos, superando ya los 1.000 millones de personas, con creciente destrucción de las selvas, erosión y contaminación de los suelos, agotamiento de los recursos hídricos y desaparición de recursos genéticos fundamentales, tanto de especies silvestres como de variedades cultivadas y de raza autóctonas de ganado. Se estima que más del 50% de las emisiones contaminantes de gases de efectos invernaderos se deben ya a la agricultura y a la ganadería intensivas promovidas por las grandes empresas comerciales, con grave riesgo ambiental y para la seguridad alimentaria mundial. Por ello, las Naciones Unidas han hecho un recientemente un llamamiento dramático a todos los países para que adapten sus producción ganadera al consumo de pastizales naturales, sin consumir cereales y leguminosas que son imprescindibles para la alimentación humana.
En un futuro inmediato, la agricultura y la ganadería deberán proporcionar por tanto a la Humanidad alimentos y materias primas suficientes, conservado la biodiversidad, garantizando los servicios ecológicos esenciales, como el abastecimiento de agua limpia y los sumideros de carbono. Pero simultáneamente deben reducirse las emisiones a la atmosfera de gases de efecto invernadero por excesivo laboreo, residuos ganaderos, utilización de combustibles fósiles y fertilizantes inorgánicos. En un planeta donde las condiciones ambientales, económicas y sociales están sometidas constantemente a procesos imprevisibles debido a la globalización, con incertidumbres que se agravarán críticamente durante las próximas décadas, nuestra ganadería trashumante constituye una referencia de estabilidad social y de seguridad alimentaria fundamental para el futuro.
Regiones tradicionalmente productoras de carne, lana y cuero, como Sudamérica, Asia o las grandes islas del Pacifico, están siendo afectadas ahora por procesos climáticos adversos y catástrofes naturales que hacen peligrar el abastecimiento mundial. Adquieren así una gran importancia estratégica los productos naturales de la ganadería española, muy valorados por su calidad en el mercado internacional. Pero para ello es necesario apoyar decididamente el pastoreo extensivo, promocionando adecuadamente y ligando sus producciones a nuestra historia, a nuestra cultura, a nuestra industria y a la extraordinaria importancia ambiental de nuestro territorio, modelado durante miles de años por las actividades tradicionales de nuestra población. En palabras de Severino Pallaruelo, refiriéndose a la trashumancia en el Pirineo Aragonés “el hombre y sus rebaños caminan al ritmo señalado por los ciclos de la naturaleza; no tratan de modificar el clima ni de conseguir elevadas rentabilidades a base de adquirir tecnologías complejas, costosas y foráneas; modelan el paisaje con técnicas simples y efectivas, se adaptan al curso de las estaciones. Viven en armonía con el medio y no tienen necesidades de arañar la naturaleza para sobrevivir: les basta con acariciarla, sometiéndose al ritmo que ella misma impone”.
(Madrid, 23 de noviembre 2010)
Nota: Este importante texto se ha extraído de las Actas del Seminario “José Antonio Cimadevila Covelo” de Estudios Jacobeos.
Publicadas en el Boletín Informativo de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Madrid “De Madrid al Camino” (número especial junio 2011)