Zona Transgénica

Transgénicos e industria alimentaria: un modelo de producción y consumo que compromete nuestro futuro

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Foto: cortesía de Greenpeace España

Los alimentos transgénicos son aquellos que han sido modificados genéticamente por la ingeniería genética para obtener un nuevo organismo, sin que este concepto se deba confundir con el de hibridación.

Explicar y comunicar un tema tan complejo, controvertido y polarizado como es la presencia de Organismos Genéticamente Modificados -OGM- en los alimentos, despierta interrogantes sobre lo que llevamos a nuestras mesas y las implicaciones que esta lógica alimentaria supone para el futuro de la humanidad.

Para abrir el campo visual y comprender las conexiones entre los aspectos sociales, económicos, políticos, científicos, etnológicos, culturales, medioambientales, y las consecuencias del empeño sin límites de la ingeniería genética por domesticar la naturaleza, hemos consultado a Silvia Ceriani -Responsable de las campañas anti-transgénicos y Editora Jefe del Almanaque Slow Food– quien ha contado con el apoyo y asesoramiento de Serena Milano -Secretaria Internacional de la Fundación Slow Food para la Biodiversidad– y a Luís Ferreirim -Responsable de Agricultura y Transgénicos de Greenpeace España

A través de las evidencias expuestas por los portavoces de dos organizaciones como Slow Food y Greenpeace, invitamos a la reflexión sobre un tema que compromete el futuro de la agricultura, de la alimentación, la biodiversidad y los medios de vida todos los habitantes del planeta. Porque vivimos en un mundo globalizado donde no se puede y no se debe dar la espalda a los problemas de sostenibilidad creados por la excesiva tecnificación de los procesos alimentarios, que no han tenido en cuenta que los alimentos tienen un valor como expresión cultural de los pueblos y por tanto, no son una mercancía que se puede seguir sometiendo a la manipulación de la ciencia y los mercados.

¿Cuál es el auténtico problema que representa la intrusión de los transgénicos en la cadena de producción de alimentos?

Silvia Ceriani SC: La introducción de los Organismos Genéticamente Modificados en la cadena alimentaria representa un problema desde muchos puntos de vista y es difícil de resumir. En Slow Food hemos identificado que los principales riesgos residen en los aspectos socio económicos, en el hecho de que nuestra comida se puede convertir en un producto patentado y controlado por unas pocas empresas  y por lo tanto los agricultores y consumidores, inevitablemente, se verían privados de sus derechos.

Los transgénicos amenazan los cultivos alimentarios tradicionales y las condiciones de vida de los pequeños agricultores. Son también ineficientes en términos económicos y no sustentables desde el punto de vista ambiental. La evaluación científica de los transgénicos es conflictiva y polémica, especialmente con respecto a su impacto en la salud de los consumidores (humana y animal). Los consideramos obsoletos aunque muchos alardeen de la capacidad de innovación de esta tecnología.

Tampoco debemos descuidar el impacto social de estos cultivos que amenazan tanto la cultura tradicional alimentaria como las condiciones de vida de los pequeños agricultores.

Luís Ferreirim LF: en Greenpeace consideramos que los transgénicos son el exponente máximo de un modelo de agricultura industrial que se encuentra al borde del colapso, debido a los problemas de contaminación, las amenazas a la biodiversidad o a la depleción de recursos no renovables que origina con el uso masivo de plaguicidas y fertilizantes sintéticos y el fomento de monocultivos.

Los transgénicos uniformizan los cultivos y no responden a los retos de la alimentación en el futuro, donde la diversidad es la mejor respuesta al cambio climático. Aparecieron hace más de 15 años y no han cumplido su principal promesa de salvar al mundo del hambre, solo el 1% de los agricultores en el mundo los han adoptado y el 90% de la superficie agrícola mundial sigue libre de transgénicos. La gran mayoría de los transgénicos se destinan a alimentar al ganado de los países desarrollados, donde la inversión de la pirámide alimentaria está provocando graves problemas de salud.

Por otro lado, los transgénicos han permitido que la producción de semillas esté en manos de un puñado de multinacionales, algo que es realmente peligroso para la seguridad alimentaria y la soberanía alimentaria.

La agricultura con transgénicos es una agricultura que está fuera de moda, no es necesaria ni aporta beneficios, no responde a la demanda creciente de la ciudadanía de productos sanos y respetuosos con el medio ambiente y  tiene consecuencias ambientales, agrícolas, sanitarias y socioeconómicas.

¿Cuál es el valor e importancia de la biodiversidad como condición necesaria para la seguridad alimentaria?

Qué es la Biodiversidad

Algunos investigadores de la Universidad de Stanford han comparado la variedad de especies de un ecosistema con los remaches que sostienen juntas las partes de un avión. Si quitamos algunos, durante un tiempo no pasa nada y el avión  sigue funcionando. Sin embargo, poco a poco, la estructura se debilita y en algún momento, con tan solo quitar un remache más el avión se estrella (Ehrlich, Extinction, 1981).

La biodiversidad es esto, un sistema complejo, una partitura musical cuyo resultado es la sinfonía que produce.

® Oliver Migliore - Slow Food International
® Oliver Migliore – Slow Food International

SC: La biodiversidad es nuestro seguro para el futuro, ya que permite a las plantas y los animales adaptarse al cambio climático, al ataque de plagas y enfermedades, a lo inesperado. Un sistema biológicamente diverso posee en sí mismo los anticuerpos para reaccionar a los organismos nocivos, para restablecer su equilibrio. Sin embargo un sistema basado en un pequeño número de variedades es muy frágil.

LF: La diversidad de fauna y flora son los principales aliados de los agricultores para combatir las plagas y reponer el equilibrio ecológico perdido. La biodiversidad es clave para nuestra propia alimentación. En los años setenta, en España encontrábamos 350 tipos de melones distintos y actualmente apenas podemos encontrar diez. Existen al menos 30.000 especies vegetales comestibles y nuestra seguridad alimentaria depende cada vez más de cuatro: arroz, trigo, soja y maíz. ¿Es esto lo que realmente queremos?

El uso de transgénicos desplaza a los cultivos ecológicos y España es un buen ejemplo de este problema. Aquí, los agricultores dejan progresivamente de cultivar maíz ecológico debido a la contaminación genética desde los cultivos de maíz transgénico que les hace perder la clasificación de su maíz como ecológico. ¿Qué pasaría si se aprobase arroz, manzanas y trigo modificados genéticamente, por citar algunos ejemplos sobre los que se está investigando actualmente?

SC: En todas las épocas se han extinguido muchas especies pero nunca a la velocidad increíble de los últimos años, miles de veces más rápido que en épocas anteriores. Según la FAO, el 75% de las variedades de plantas se ha perdido irremediablemente. En los Estados Unidos la estadística alcanza hasta un 95%.

Por ejemplo, de las miles de variedades de manzanas seleccionadas por los agricultores solo cuatro variedades comerciales (Golden, Fuji, Gala y Pink Lady) representan el 90% del mercado mundial.  Las variedades locales –resultado de procesos de selección milenarios- son importantes porque a lo largo de los siglos se han adaptado a las condiciones de su territorio, son más robustas y resistentes a los cambios ambientales y necesitan menos agua, fertilizantes y pesticidas. Lo mismo pasa con las razas autóctonas, capaces de sobrevivir incluso en las zonas más inaccesibles, desde montañas a desiertos.

Por todo esto, son herramientas esenciales para la soberanía alimentaria y no es casualidad que estas variedades y razas estén estrechamente relacionadas con la cultura de las comunidades locales (usos, recetas, conocimientos, dialectos).

El trabajo de Slow Food y Fundación Slow Food para la Biodiversidad, pretende arrojar luz sobre todo esto para mostrar cómo la uniformidad genética es de hecho un riesgo y cómo la riqueza de las variedades locales representa un gran valor para el futuro de nuestros ecosistemas agrícolas, además de un ejemplo para responder a los problemas del cambio climático y desde el punto de vista gastronómico, la importancia de una dieta variada para la salud.

¿A la luz de los escándalos alimentarios y la preocupación por la seguridad de los alimentos que consumimos -tanto los humanos como los animale- la seguridad alimentaria es territorio de la ciencia, la tecnología y sus métodos?

SC: en inglés, el concepto de «Seguridad Alimentaria» se resume con eficacia en dos expresiones Food security y Food safety. Food security indica la posibilidad de asegurar constantemente agua y alimentos para satisfacer las necesidades energéticas requeridas por el organismo para una vida sana y activa, mientras que Food safety define un producto adecuado que al ser ingerido por el hombre o los animales, no provoca riesgos ni daños para la salud de quienes lo consumen.

Para responder a su pregunta, deberíamos preguntarnos si en general, todos los productos procedentes de la agroindustria -y no solo los OGM- son capaces de cumplir con este segundo requisito y se pueden considerar realmente seguros. Observando la historia de escándalos alimentarios en los últimos años, es evidente que no siempre son capaces de cumplir con ese requisito . A pesar de los muchos controles, los productos resultantes de la agrícultura y ganadería “moderna” en realidad no son más saludables que los “tradicionales”.

LF: la biodiversidad de flora y fauna es fundamental para la seguridad alimentaria. El ejemplo más claro es lo que está sucediendo con las abejas y el declive de sus poblaciones en los últimos años debido a un conjunto de factores, pero muy particularmente por las prácticas de la agricultura industrial. Un tercio de los alimentos que consumimos y el 90% de la flora silvestre a nivel mundial depende de la polinización por insectos. La polinización por insectos mejora la producción en 75% de los cultivos a nivel mundial, además de ser un servicio ecológico esencial  totalmente gratuito. Son sin duda uno de los mejores aliados de los agricultores y son totalmente indispensables, por lo que su protección es vital.

SC: Si pensamos en los transgénicos el espectro de cuestiones que se deben tomar en consideración es más amplio. Si bien están previstos análisis y controles, con el uso de OMG hay que tomar en cuenta que su uso implica una intervención totalmente diferente por parte de los seres humanos y su introducción en el medio ambiente a gran escala a menudo nos ha colocado frente a una serie de acontecimientos inesperados.

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Maíz Transgénico

Impacto de los transgénicos en el medio ambiente

Propagación de transgenes a través de la hibridación de plantas transgénicas con especies salvajes.
Resistencia de las malas hierbas a los herbicidas.
Resistencia de los insectos a las toxinas transgénicos.
Transferencia de genes de ingeniería de plantas transgénicas a las bacterias del suelo.
Liberación de toxinas en el suelo por las raíces de plantas transgénicas.

Manuela Giovannetti – Universidad de Pisa – «Impacto ambiental e impacto social de los cultivos transgénicos- Ciencia incierta, 2011

¿Considera que se puede llegar a un punto de encuentro entre ecologistas, organizaciones anti transgénicos e industria agroalimentaria para lograr una intervención moderada de la ciencia y la tecnología en los sistemas de alimentación?

SC: Una de las objeciones, que por lo general, los defensores de los transgénicos dirigen a sus detractores es que el hombre siempre ha seleccionado las variedades vegetales y las razas animales –desde las patatas a las ovejas- interviniendo con el proceso de selección natural. Esta objeción, sin embargo, no suele tener en cuenta que el proceso se ha basado sobre la variabilidad genética existe, que se produce de forma natural o en el hecho de que las especies seleccionadas fueron casi siempre inicialmente introducidas a escala local y en pequeños números.

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Otro aspecto del debate entre defensores y detractores de los transgénicos es que los primeros etiquetan a los segundos como refractarios opuestos a los avances, cegados por ideologías anti-modernas e incompetentes. Sin embargo, no es en ese sentido en el que se expresa una organización como Slow Food. De hecho, no nos oponemos a la nueva tecnología per se, pero queremos asegurarnos de que su aporte se caracterice por un bajo impacto medioambiental, cosa que no se puede decir sobre los OGM.

LF: los agricultores son quienes van a salvar al mundo del hambre, esos  magos del campo que seleccionan las variedades más productivas según la zona a la que pertenecen. Los rendimientos en la agricultura no dependen solo de la cantidad de plaguicidas o fertilizantes sino de muchos otros factores cómo las condiciones climatéricas, del suelo, y lo que es más importante, el equilibrio ecológico en las explotaciones. Es necesario desbancar el mito de la industria de que no es posible producir sin plaguicidas ni fertilizantes sintéticos.

Cabe recordar que muchos de las grandes multinacionales de semillas han empezado su actividad como fabricantes de químicos y con los transgénicos han encontrado la solución perfecta para seguir hinchando sus ya enormes cuentas bancarias: han creado cultivos que dependen de productos químicos (los cultivos transgénicos tolerantes a herbicidas son los que más se utilizan en el mundo).

Siempre, más tarde que temprano, se ha dado la razón a quienes, como Greenpeace,  defendemos la biodiversidad como la base de un mundo sostenible que garantiza los servicios ecosistémicos fundamentales, que permiten entre otras muchas cosas, proveer de alimentos sanos a toda la población.

Las evidencias están ahí y muchas de ellas avaladas incluso por las máximas instituciones internacionales, europeas y nacionales. Para no ir más lejos el Programa de la Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) considera que en cada década estamos perdiendo entre el 1 y el 10% de la biodiversidad planetaria. Sin duda, la pérdida de biodiversidad es una de las principales amenazas para la vida en la Tierra tal como la conocemos y es totalmente irreversible.

Los visionarios de hoy son los productores que están recuperando variedades autóctonas que se han adaptado al medio durante años y años, y en muchos casos aplicando técnicas de la moderna agricultura ecológica

Si la ciencia es el resultado de la inteligencia de los seres humanos y como creación humana es falible, ¿no es una temeridad asegurar que los transgénicos son inocuos para la salud?

SC: con respecto a estas tecnologías continúo manteniendo una profunda desconfianza. Yo soy de los que creen que los métodos de evaluación y los criterios de riesgo para valorar la salubridad de los OGM son insuficientes y que por tanto, es necesario ponerlos en tela de juicio, y me situo entre los que ven los argumentos opuestos a los transgénicos como más fuertes y más convincentes que los expuestos a favor.

Tratándose de sustancias extrañas destinadas a la alimentación animal e incluso humana, creo que es natural esperar rigurosos e independientes ensayos clínicos, para detectar si estos productos pueden causar o inducir reacciones a largo plazo, porque el consumidor tiene derecho a estar tranquilo sobre la seguridad e inocuidad real de lo que come.

LF: lamentablemente también se ha visto como muchos científicos están al servicio de las grandes multinacionales que solo velan por salvaguardar sus intereses económicos y no el bien común y los valores que deben estar en la base de una sociedad más justa y equitativa. Los que estamos en contra de los transgénicos tenemos la ciencia independiente de nuestro lado.

SC: una asociación como Slow Food no interviene en el debate científico para hacer una contribución propia, sino que actúa como portavoz de sus interlocutores que son los socios, los consumidores y el público en general. Slow Food apoya claramente la posición de los que se oponen a los transgénicos a nivel mundial, se apoya en expertos y emprende iniciativas diferentes para dar a conocer su propia opinión.

Por ejemplo, el año pasado en Uruguay un convivium local organizó una serie de seminarios para crear conciencia sobre este tema (Uruguay ocupa el décimo puesto entre los mayores productores de cultivos transgénicos en el mundo), en Estados Unidos muchos de nuestros activistas se están movilizando para que la presencia de OMG sea declarada en las etiquetas de los alimentos. Publicamos artículos, recogemos testimonios, colaboramos con otras organizaciones que trabajan sobre el terreno.

Entiendo que una de las principales dificultades para las personas que buscan información sobre estos temas es leerla de manera crítica, entender de dónde vienen los estudios que defienden una u otra postura, si son independiente o financiado por una gran corporación. Sé que es difícil no solapar los aspectos ideológicos con los datos científicos. Por eso, una tarea que Slow Food desempeña es la de portavoz de estudios científicos de comprobada validez, orientar las actitudes de los consumidores y sus opciones y utilizar su poder de comunicación para apoyar el frente que defiende el NO.

Desentrañando el escepticismo El mundo segun Monsanto

Esta historia, larga y compleja, la desveló Marie-Monique Robin en su libro “El mundo según Monsanto”

Robin explica la política de “puertas giratorias” entre multinacionales como Monsanto y la FDA de los Estados Unidos, para explicar cómo se ha dotado de “resultados científicos” los estudios sobre la seguridad de los transgénicos.

En 1992, Michael Taylor –hasta la fecha abogado de Monsanto- entró a trabajar para la FDA para elaborar un informe que regulara los transgénicos, el cual basó en el “Principio de Equivalencia Substancial” que para alivio de las partes interesadas concluyó que los OGM  son sustancialmente iguales a su equivalente natural original, razón por la cual esa misma modificación genética en otro organismo, va a tener los mismos resultados  y no hace falta pasar toda la evaluación.

Así quedó resuelto el nudo gordiano que por esa y muchas otras razones genera profundas y razonadas desconfianzas, porque son planteamientos que no dan respuestas adecuadas ni suficientes.

Energía + alimentos + dinero = control hegemónico

Quien controla los alimentos controla a las personas, quien controla la energía controla las naciones, quien controla el dinero controla el mundo entero

Henry Kissinger

El enaltecedor título de Green Revolution para el nuevo concepto de agrobusiness desarrollado en Harvard Business School alrededor de 1950, decía tener como objetivo acabar con el hambre en las zonas azotadas por la malnutrición y la pobreza; si bien, tras décadas de aplicación, sus métodos han condenado a millones de seres humanos en el mundo a la desintegración familiar, la pérdida de las tradiciones y los sistemas de producción local, obligando a los agricultores a asumir sistemas mecanizados de producción, patentes de semillas y usos de químicos específicos, que son inasumibles para muchas personas y que además han demostrado poca eficacia real en cuanto a rendimiento, productividad y éxito en las cosechas.

Más allá de la destrucción del ecosistema y la riqueza de la variedad de los alimentos, el sistema de patentes y royalties condena a la miseria y al hambre a millones de seres humanos en el mundo. Qué pueden decirnos sobre esta paradoja?

LF: el sistema de patentes y royalties de semillas es la expresión máxima del mundo al revés. Las semillas son fuente de vida y por ello se debe garantizar su libre intercambio. Los agricultores son los principales depositarios y quienes mejor puede salvaguardar el futuro de nuestra alimentación, porque aplicando buenas prácticas conservan la biodiversidad, el medio ambiente e incluso nuestra salud. No es justo que ellos tengan que pagar a empresas que solo buscan el beneficio económico para poder utilizar determinadas semillas.  Pero las multinacionales saben que quien controle las semillas controlará el mayor sector del mundo, el de los alimentos y por ello tienen estrategias muy agresivas y están invirtiendo muchísimo dinero en ellas.

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® Oliver Migliore – Slow Food International

SC: una de las paradojas más desconcertantes del sistema alimentario actual es que la gran mayoría de las personas que sufren hambre en el mundo son agricultores que producen en pequeña escala, con un acceso limitado a los recursos, la tierra y el agua, incapaces de competir en mercados globales manipulados.

Aquí está el gran defecto del sistema: gran parte de los agricultores en el mundo pasan hambre y son vulnerables, como pocos, a las crisis económicas y ambientales. La historia reciente –de la “Revolución Verde” en adelante- debería habernos enseñado que no es la venta de sus paquetes agrícolas “listos para usar” lo que puede resolver esta situación. Mucho menos pisando el acelerador del uso masivo de la química y de las semillas modificadas que los hacen dependientes de las empresas que las producen. De hecho, siguiendo esta ruta es más que probable que las cosas empeoren aún mucho más.

La solución que estamos poniendo en práctica con la red “Terra Madre” y con el proyecto “Mil Huertos en África” es seguir un camino diferente, al escuchar la voz de los agricultores y hacerlos partícipes del debate, al respetar sus técnicas de producción y trabajar junto a ellos sin pretender sustituirlos.

La solución no está en inducirlos a sembrar las semillas de las corporaciones, la solución reside en la aplicación práctica del concepto de “Soberanía Alimentaria”: el derecho de los pueblos a alimentos sanos, culturalmente apropiados, producidos de forma sostenible y respetuosos con el medio ambiente, en virtud de su derecho a decidir su propio sistema alimentario y productivo.

LF: Los agricultores siguen sin estar suficientemente valorados si bien son los principales responsables de nuestra alimentación y los primordiales gestores de la gran mayoría de la superficie de la Tierra.

¿Dónde reside la fortaleza de las campañas a favor de los transgénicos y la industria alimentaria?

SC: la gran capacidad de comunicación de las empresas productoras de OGMs se encuentra probablemente en su fuerza mistificante.

Otro caso significativo es la elaboración por parte de las corporaciones, de un vocabulario particular, expuesto por Marie-Monique Robin en su libro» El veneno en el plato». En las últimas décadas, por ejemplo, la palabra «pesticida» se ha dejado de utilizar y ha sido reemplazada con las más tranquilizadoras «plaguicidas» o» productos fitosanitarios» y quiero hacer hincapié en el sentido casi “curativo” que se les pretende dar con el cambio de terminología.

Y por no hablar de la agresividad que caracteriza a cierto tipo de comunicación del sector a favor de los GMO.

LF: desde mi punto de vista, los que estamos en contra de los transgénicos y de un modelo agroalimentario industrializado, hemos sabido comunicar bien. Cuando se empezaron a cultivar transgénicos en la Unión Europea, los científicos y las multinacionales que los defendían decían que, debido a sus maravillosas características y porque eran la solución para todos los males, en el año 2000 el 50% de la superficie agraria europea estaría ocupada con transgénicos. Estamos en 2014 y considerado las cifras oficiales que no son fiables, puesto que se basan en estimaciones y no en superficie real cultivada, los transgénicos no ocupan ni siquiera el 0,1% de la superficie agraria europea. Eso sí  cerca del 90% de los transgénicos cultivados en Europa se encuentran en España.

 Por otro lado la industria ha tenido que reclutar a vendedores con un gran poder de comunicación para intentar contrarrestar una oposición que es evidente en los sondeos europeos, donde la mayoría de la ciudadanía afirma no querer alimentos transgénicos.

Por poner ejemplos, el fracaso de cultivos como la patata transgénica Amflora. Debido a la oposición de consumidores, agricultores y falta de apoyo de la clase política -según palabras de la propia BASF- en su segundo año en el mercado solo se sembraron unas 25 hectáreas y se tuvo que retirar del mercado. También el cultivo de maíz transgénico en Europa es la historia de un fracaso. Después de 15 años de cultivo solo existe un maíz autorizado y muchos son los países que han prohibido su explotación. Solo uno lo cultiva a escala comercial: España.

¿La pérdida de conexión e identidad de las personas con el alimento como bien cultural y su origen, es terreno abonado para que parezca tan normal que su procedencia sea el laboratorio, las fábricas o los supermercados?

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® Paola Viesi – Slow Food International

SC: es un hecho que para muchas personas el origen y la historia de sus propios alimentos no es un problema o un asunto de interés, pero al mismo tiempo, nuestra percepción es que en los últimos años ha aumentado la sensibilización al respecto, gracias a la labor de muchas organizaciones, académicos y activistas que no flaquean en sus esfuerzos

Creo que uniendo fuerzas es como mejor podemos equiparnos para luchar en esta dura batalla.

LF: la pérdida de la relación con el campo nos hace perder también la relación fundamental con el origen de los alimentos que comemos y elegir con conciencia. El fomento de un modelo de alimentación basado en productos locales, cercanos y de temporada está permitiendo recuperar esa relación esencial con los productores y con los alimentos.

Percibo que gran parte de la ciudadanía sigue sin dar la verdadera importancia a la alimentación y al origen de los productos. Sin embargo, es esperanzador que incluso en un momento socio económico  tan difícil como el actual, el sector ecológico gane terreno. Esto se debe a una mayor concienciación de la ciudadanía que incrementa la demanda de productos sanos y respetuosos. No he visto a nadie arriesgarse a abrir una tienda que venda exclusivamente productos transgénicos, ni ahora ni en los últimos 15 años.

Por otro lado crecen los mercados de agricultores y los grupos de consumo, algo que permite acercarse a los alimentos de una forma más genuina que las estanterías de los supermercados.

Comer no es solo llenar el estómago. Detrás de cada alimento hay una historia y en gran medida somos responsables que tenga un final feliz.

La crisis económica y la guerra de precios cada vez más bajos, han destruido los medios de vida de muchas personas y los productores que aplican buenas prácticas agrícolas y plantan semillas autóctonas, lo tienen cada vez más difícil para competir en el mercado.

SC: la crisis económica actual ha puesto en evidencia los efectos de décadas de políticas agrícolas distorsionadas, de comercio desleal y desarrollo insostenible. La culpa no es solo de los transgénicos, sino de un sistema de producción y consumo hiperindustrializado, dominado por unas pocas empresas, que no apuestan por el cuidado del medio ambiente y el desarrollo social de las familias rurales.

Esta profunda crisis puede inducirnos a doblegarnos por completo a la lógica del mercado y a elegir alimentos cada vez más baratos, de los cuales no conocemos su coste ambiental y social. Pero también puede ser vista como una oportunidad para que cada persona averigue lo que realmente tiene valor y merece recibir por su dinero.

LF: el modelo productivista que solo mira al beneficio inmediato cueste lo que cueste está teniendo consecuencias desastrosas para el medio ambiente y para los pueblos. Sin duda, la guerra de precios y el cambio de los patrones alimentarios es en gran medida responsable de esto, además de problemas graves de salud que tienen repercusiones en los sistemas sanitarios. Los contribuyentes pagamos en triplicado por nuestros alimentos: a través de las ayudas, del precio de los productos y por los daños ambientales y sanitarios que generan.

En un mundo donde cerca de 900 millones de personas padecen hambre, es importante recordar que el número de personas con sobrepeso y obesas son ya cerca 1.300 millones y que el sobrepeso y la obesidad son ya, según la OMS, la quinta causa de riesgo de mortalidad. Esto se debe precisamente a un modelo agroalimentario que no es capaz de dar respuesta a las necesidades de la humanidad y que, por otro lado, crea graves problemas.

Pagar el precio digno y justo de los productos es la única forma de mantener un sector fundamental, porque en la vida podemos prescindir de muchas cosas, pero no de alimentos.

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Foto: cortesía Greenpeace España

¿Podemos contar con la naturaleza y procesos menos tecnificados para progresar en la solución de los desequilibrios de alimentación y reparto de la riqueza en el mundo?

SC:  desde Slow Food trabajamos para hacer posible un modelo agroalimentario alternativo al de la agricultura convencional o los transgénicos, promovemos el trabajo de quienes emplean prácticas de cultivo sostenibles, arraigadas en la tradición y la cultura de su territorio.

Proyectos como los Baluartes Slow Food, Arca del Gusto y Mil Huertos en África, van todos en esa dirección: proteger a los pequeños productores y promover el conocimiento. En todos los eventos que realizamos, grandes o pequeños, la educación tiene un papel fundamental. La educación de las nuevas generaciones es muy importante e indispensable. Considero que la difícil y preocupante situación actual no es irreversible. Trabajando duro todos los días, todos juntos, podemos llevar a casa resultados significativos.

Desde sus inicios Slow Food ha trabajado por la protección de la biodiversidad de los alimentos, de las variedades vegetales y las razas animales que tienen una fuerte presencia en su territorio. Creemos que la conservación ex-situ (es decir, en los bancos de semillas) es una forma útil para conservar la biodiversidad, pero sin duda la más importante es in-situ, en la explotación llevada a cabo por las familias de agricultores que preservan las semillas tradicionales cultivándolas cada año, al considerarlas uno de los patrimonios comunes más valiosas del planeta.

En este sentido, siempre nos gusta contar la historia de una pequeña lenteja alemana llamada Albleisa, que se cultivó hasta finales de los años 50 del siglo pasado, hasta que se perdió casi por completo. Un granjero e investigador apasionado, haciendo un poco de «Indiana Jones en busca del arca perdida” buscó  incansablemente la semilla de Albleisa hasta que la encontró en el banco de genes del Institute Vavilov de San Petersburgo. Hoy en día esta pequeña lenteja es cultivada por unos sesenta productores que siguen una disciplina biológica y ha vuelto a ser empleada en la cocina local.

Los OGM no son capaces de sustituir los procesos de la naturaleza y no deseamos que eso suceda, porque entre muchas otras cosas, no son capaces de contar historias tan emocionantes. Debemos tomar nota de esto.

LF: en España el movimiento anti-transgénicos, está cada vez más consolidado y la industria de los transgénicos está abocada al fracaso. Es solo una cuestión de tiempo y los ecologistas solemos ser pacientes y persistentes porque nuestros argumentos tienen a la ciencia independiente en su base, lo que hace que la historia nos dé la razón una y otra vez.

La presión social fue, es y seguirá siendo esencial para lograr un cambio. El carrito de la compra se puede convertir en un tanque indestructible, pero está en nuestras manos elegir el combustible que queremos utilizar para moverlo.

Es importante enfatizar que solo una apuesta decidida por la agricultura ecológica  y por la soberanía alimentaria de los pueblos, puede conducirnos por un camino que garantice la Vida en la Tierra y un mundo más justo y equitativo.

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® Paola Viesi – Slow Food International

Escrito por:

Irene Zibert Van-Gricken
Periodista | Community Manager de Slow Food Valencia

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